Hoy tocó rodar por Santa Margarita, un barrio duro que ha sido avecinado por los cotos más exclusivos de Zapopan. Lo que inicialmente fue un ejido, luego fue un fraccionamiento de las periferias y hoy tiende a ser un centro popular conectado con los nuevos polos de desarrollo residencial de la ciudad.
Santa Mago se le llama con cariño. Su principal avenida ya es un corredor comercial, pero ello no impide que se monte un tianguis de comida y chácharas usadas en las calles aledañas. Abundan puestos de tacos en cada esquina. Hay muchas carnicerías y es como un centro de compra al mayoreo de tripas, labios y buches para surtir menuderías y taquerías de cabeza. Algunos puestos son de inventiva culinaria como los dogos-pizzas con queso y peperoni. El olor a carne es fuerte. No me gusta, me revuelve el estomago.
Al lado está La Arboleda con una cancha de Basket al lado del muro de una escuela primaria. Llegué ahí porque a lo lejos ví un llamativo mural a la Morenita. Es la puerta a un andador que tuvo un extraordinario diseño con jardineras públicas, pero los vecinos quizá tuvieron miedo a lo vagos y decidieron enrejarlas y luego pues fue fácil invadirlas y bardearlas para usarlas como jardines privados de las casas del vecindario. No se ve que la autoridad municipal intervenga. La traza urbana del andador es ocupada por puestos callejeros de tacos y tortas ahogadas que montan un techo e invaden el paso con mesas y sillas. Al lado izquierdo hay varias pequeñas capillitas dedicadas a la virgen y a los santos como resguardo de los vecinos y junto a una banca veo una crucecita que nos recuerda que alguien murió ahí y que hay alguien que lo recitando y sigue poniéndole sus flores. Aquí el olor a mota es constante, de una banca a otra, de las banquetas a la calle. No tiene lapsos, es una horneada continua. Con este paisaje olfativo que se me mete por las fosas nasales hasta la sien, escucho a tres hombres conversar sobre el daño de las drogas. Uno le advierte a otro que se le va a apagar el cerebro. Que así funciona eso. Él le responde “mira tu creerás lo que tu crees y está bien, yo te respeto. Yo creo diferente a ti así que déjame en paz”.
Lo que más me llamó la atencion fue de regreso en la calle Laureles, hoy Juan Pablo II, descubrir un mural en la barda de un taller de laminado dedicado a Cristo. Hay dos representaciones: en la cruz desnudo y otra resucitado vestido de blanco que parece estar invitando con su mano a seguirlo. Paro la bici. Me acerco a tomar la foto y leo que alguien reescribió sobre el mural: “Viva Cristo Rey” . Pongo mas atención y sobre el trapo que le cubre su desnudez dice: “Este güey no merecía esto por esa bola de mugrosos de hoy en día”. No se si leerlo como explicación al mismo mural o a la violencia que se vive en la zona. Mejor sigo pedaleando sin parar.
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