Y ahí estaba San Judas Tadeo entre cientos de guaraches de cuero. Pedí permiso para fotografiarlo y su dueño me dijo: si quiere hasta se lo vendo. Mi primera reacción fue responder: no gracias, solo me gusta coleccionar fotos de santos. Pero después me atreví a preguntarle: ¿usted está dispuesto a deshacerse de su santo? El me respondió: Sí claro, tengo muchos. Tengo de distintos tamaños. Tengo otros en Mazatlán y en Tijuana. Desde chico soy devoto a San Judas.
Buscó su cartera y de dentro sacó una estampa y me dijo: mire lo traigo también en mi cartera. Luego se abrió los botones de la camisa y mostró la cadena de oro de la cual colgaban las figuras doradas del santo. Añadió: también tengo un tatuaje en el brazo. Paso seguido me enseñó los ajos con la imagen.
Le pregunté porque tenía tantos San Judas y sólo respondió porque le tengo mucha fe. Insistí: ¿le ha hecho algún milagro, lo ha protegido? Y me dijo: ¡No! pero no me ha pasado nunca nada. ¿Quiere usted una estampita? Sacó de una bolsa de plástico tres modelos y ofreció: escoja la que más le guste, se la regalo.
Elegí la de fondo rojo, y agradecí. Se despidió: que la proteja. Hoy ya está en mi cartera.