Quise ir al lugar de uno de los hechos que más dolor me causa. Supe por las noticias que a Luz la habían quemado viva mientras paseaba por el parque. Su culpa fue ser madre de un niño autista y vecina de un hombre vil que no soportaba escuchar los ataques del niño. Semanas antes se lo advirtió pintando en las bardas: te vas a morir y te voy a quemar viva. Ella lo denunció y no la tomaron en serio.
Ahí donde la colectiva montó este altar de luz y tristeza está el tronco obscurecido por las llamas que quemaron su cuerpo.
Un vecino que paseaba a su perro fue testigo de la más cruel escena que sucedió hace una semana en este parque público en la Colonia Arcos de Zapopan. La oyó gritar. La vio correr envuelta en llamaradas. Tres hombres y una mujer la rociaron de alcohol y la prendieron. Uno de ellos gritó: tírate al suelo, para que se apagara su ropa. Luego corrieron. Ella ardió. Corrió hacia el árbol donde unos vecinos que salieron de la parroquia al oír sus gritos quisieron apagar las llamas junto al árbol. Fue demasiado tarde, horas después murió por las graves quemaduras.
Su muerte me quema por dentro el tejido de esperanza que sostiene mi fe en la convivencia, en lo que hemos llegado a ser, en lo que hemos dejado de ser.
La Guadalupe no podía faltar ni siquiera en un pueblo tan remoto y pequeño como Fridburg, que representa un bastión del catolicismo dentro de la Suiza protestantizada e iconoclasta. La encontré en una capilla en un pequeño templo en San Julián que está justo en la Universidad.
Su retrato fue traído desde el Santuario del Tepeyac. Imaginemos la dificultad para transportarla con todo y su pesado marco de metal. Instalada en un muro con una improvisada mesa vestida se constituyó una capilla.
Su presencia inspira devociones que se agradecen en un cuaderno donde personas de distintos países y en distintos idiomas han escrito sus mensajes de agradecimiento y fe. Yo también lo hice porque me emociona su compañía.
Además, a diferencia de otras imágenes ahí presentes, como la de Santa Rita, Guadalupe siempre tiene un altar “muy practicado” con veladoras encendidas y varias macetas de orquídeas bien cuidadas.
Esta escena no tendría nada de particular en México donde se le reconoce como madre, ni en Estados Unidos donde los inmigrantes la colocaron en los templos para mexicanizar el catolicismo, pero verla en Suiza da cuenta de su extraordinaria capacidad de viajar, de traspasar distancias y sobre todo de atraer devotos sin importar etnicidades.
Cada cual tiene sus obsesiones. Una de las mías es descubrir altares en casas, calles, negocios, parques, carreteras o en automóviles. Hay estilos muy fáciles de reconocer y otros que por innovadores rompen con nuestros identificadores.
Ayer, mientras iba caminando rumbo a la universidad en Fribourg llamó mi atención una ventana exterior. Había decenas de frascos apilados. Mis antenitas de vinil se encendieron y me detuve a ver de qué se trataba. Intrigada pensé que podía ser una vitrina de una extraña tienda de tiliches, o una alacena pública de una despensa, o un extraño laboratorio con muestras de trozos de materialidades de una vida. Yo decidí caprichosamente que podía considerarlo como un altar.
Cada frasco contiene un objeto. Un papel con un mensaje. Una carta hecha pedazos. Un boleto de cine. Wendy la de Peter Pan. Una foto de juventud. La foto de una niña feliz. El separador de un libro. Una nota de supermercado. Una hoja escrita en el cuaderno escolar. Un sobre con estampilla. Una flor seca. Un anuncio de tatoo. Una lolly pop con envoltura. Piedras. Fósiles. La tarjeta de regalo. El empaque de un condón. Una moneda…
Cada uno de ellos fue seleccionado porque testimonia algo: una foto instantánea del pasado. Cada uno fue colocado en un frasco vacío y transparente. Cada frasco fue puesto en el marco de una ventana que da a la banqueta. Juntos conforman un montaje para preservar cada cosita. Pero creo que el acto de colocarlo en una ventana exterior nos habla de un acto destinado a compartir y exhibir con gente desconocida (como yo) que quizá jamás conocerá (aunque me encantaría, solo pasé por ahí), pero que si se detiene a observarlo conocerá detalles afectivos de una vida anónima y quizá se sentirá afectado sentimentalmente por algunos de los objetos. Este altar me parece escenificar una vida enfrascada como las mermeladas para conservar.
18 de junio. Ayer llegué a Fridburg en Suiza, les cuento que es una hermosa ciudad medieval, que forma parte del antiguo Camino peregrino de Santiago. En su catedral se encuentra la reliquia de la mano de San Nicolás y en su portal hay una representación barroca del camino hacia el cielo o hacia el infierno.
Es una ciudad que se recorre atravesando puentes que te trasportan a diferentes tiempos y a distintos paisajes. Es en realidad un estuche de monerías con anuncios antiguos como el que nombra una escalera como: “La cité des petites pois perdus” o la plaza del mercado que coloca un arco que anuncia que es la calle de las esposas fieles y los maridos perfectos y a unos pasos se invita a pasar al café de les infidelités.
A pesar de que es una ciudad que se preserva como museo, donde se puede beber el agua cristalina de una fuente o en la que se mantiene un funicular que aun funciona con ingeniería hidráulica, es también la ciudad que sirve de lienzo para cerrar la promesa con un candado, para intervenirla con mariposas de crochet, o para pronunciarse por el matrimonio inclusivo o para hacer de un paisaje de los Alpes un extraño parque temático de personajes mágicos del bosque influidos por el imaginario de Disney, hasta el carro del mismísimo Batman.
Todavía queda por recorrerla y descubrir más de su vida, por lo pronto me detengo a comer un delicioso fondue.
20 de junio. La vi e irremediablemente captó mi atención. Primero pensé que era una persona actuando como estatua, de esas que vemos en las plazas concurridas de Europa y que representan la inmovilidad de las estatuas. Me acerqué para darle una moneda a cambio de una foto, pero noté que sus dimensiones eran menores a las humanas.
En realidad, al mirarla de frente caí en la cuenta de que era una fuente de bronce que al estar sobre la banqueta genera la fuerte y extraña sensación de una estatua viviente. Una estatua que transmite una profunda tristeza porque llora.
El efecto logrado por el escultor se debe a los ligeros escurrimientos de agua que salen de sus tristes ojos para descender por sus mejillas y chorrear su barbilla y luego descender como mojadura de lluvia a lo largo de una gris gabardina hasta mojar sus botas para finalmente filtrarse y desaparecer por la alcantarilla donde está parada. Es la estatua más conmovedora que he visto en mi vida. Realmente parece viva porque está llorando. Un acto totalmente viviente.
Hoy me explicaron que era un homenaje a los inmigrantes que son constantemente invisibilizados e ignorados en las ciudades europeas. Ahora como fuente es imposible ignorarla.
22 de junio. Cada cual tiene sus obsesiones. Una de las mías es descubrir altares en casas, calles, negocios, parques, carreteras o en automóviles. Hay estilos muy fáciles de reconocer y otros que por innovadores rompen con nuestros identificadores.
Ayer, mientras iba caminando rumbo a la universidad en Fribourg llamó mi atención una ventana exterior. Había decenas de frascos apilados. Mis antenitas de vinil se encendieron y me detuve a ver de qué se trataba. Intrigada pensé que podía ser una vitrina de una extraña tienda de tiliches, o una alacena pública de una despensa, o un extraño laboratorio con muestras de trozos de materialidades de una vida. Yo decidí caprichosamente que podía considerarlo como un altar.
Cada frasco contiene un objeto. Un papel con un mensaje. Una carta hecha pedazos. Un boleto de cine. Wendy la de Peter Pan. Una foto de juventud. La foto de una niña feliz. El separador de un libro. Una nota de supermercado. Una hoja escrita en el cuaderno escolar. Un sobre con estampilla. Una flor seca. Un anuncio de tatoo. Una lolly pop con envoltura. Piedras. Fósiles. La tarjeta de regalo. El empaque de un condón. Una moneda…
Cada uno de ellos fue seleccionado porque testimonia algo: una foto instantánea del pasado. Cada uno fue colocado en un frasco vacío y transparente. Cada frasco fue puesto en el marco de una ventana que da a la banqueta. Juntos conforman un montaje para preservar cada cosita. Pero creo que el acto de colocarlo en una ventana exterior nos habla de un acto destinado a compartir y exhibir con gente desconocida (como yo) que quizá jamás conocerá (aunque me encantaría, solo pasé por ahí), pero que si se detiene a observarlo conocerá detalles afectivos de una vida anónima y quizá se sentirá afectado sentimentalmente por algunos de los objetos. Este altar me parece escenificar una vida enfrascada como las mermeladas para conservar.
26 de junio. La Guadalupe no podía faltar ni siquiera en un pueblo tan remoto y pequeño como Fridburg, que representa un bastión del catolicismo dentro de la Suiza protestantizada e iconoclasta. La encontré en una capilla en un pequeño templo en San Julián que está justo en la Universidad.
Su retrato fue traído desde el Santuario del Tepeyac. Imaginemos la dificultad para transportarla con todo y su pesado marco de metal. Instalada en un muro con una improvisada mesa vestida se constituyó una capilla.
Su presencia inspira devociones que se agradecen en un cuaderno donde personas de distintos países y en distintos idiomas han escrito sus mensajes de agradecimiento y fe. Yo también lo hice porque me emociona su compañía.
Además, a diferencia de otras imágenes ahí presentes, como la de Santa Rita, Guadalupe siempre tiene un altar “muy practicado” con veladoras encendidas y varias macetas de orquídeas bien cuidadas.
Esta escena no tendría nada de particular en México donde se le reconoce como madre, ni en Estados Unidos donde los inmigrantes la colocaron en los templos para mexicanizar el catolicismo, pero verla en Suiza da cuenta de su extraordinaria capacidad de viajar, de traspasar distancias y sobre todo de atraer devotos sin importar etnicidades.
Hoy desayuné con Hugo José Suarez y charlamos y nos pusimos al día en nuestras vidas covidianas y hablamos de nuestros proyectos actuales.
Entre muchas confidencias, le conté del trabajo que estoy haciendo sobre la agencia de los objetos que presiden los altares domésticos y de cómo es un reto porque cada uno me lleva a explorar lógicas donde operan fuerzas sobrenaturales que yo desconocía. Él me indicó que justo en frente, en un pequeño jardín público en Coyoacán en la calle Pino, hay un montaje que pareciera altar. Lo singular es que no hay imagen central de la Virgen o de algún santo. Hugo opina que en la zona abundan capillas a la Virgen y que este le parece raro.
Antes de despedirnos nos dirigimos al altar. Es un montaje en un tronco de un árbol viejo con distintas cruces. Se ve cuidado con un arco de hojas verdes (como el que se acostumbra en altares de muertos en la Huasteca) y una veladora al frente.
Hugo y yo jugamos a especular para descifrar su origen. Entre nuestras explicaciones es que posiblemente ahí murió alguien, aunque no hay nombre, foto, ni fecha que indique el deceso. Nos llama la atención ver más cruces, todas diferentes. Imaginamos que los vecinos las han ido colocando, pero ignoramos su historia.
El altar a las cruces luce cuidado con esmero por alguien. Queremos imaginarnos a unas vecinas, aunque sabemos que es una zona residencial. Todavía comentamos el hecho de que nadie lo altere o robe las cruces, ni siquiera que tomen un cenicero de mármol.
A un lado, sobre la acera se encuentran unos barrenderos pepenando la basura. Decido preguntarle si sabe algo sobre el origen de las cruces. Sin dudar me responde que todo comenzó con la cruz de madera que era de un difunto, y yo pregunto “¿y las demás cruces?” y él contesta “yo las fui poniendo. Todo lo que está ahí lo saqué de la basura. Son cruces que la gente tira y yo las rescato y las coloco para que tengan un lugar. En mi casa tengo otras diez que he encontrado”.
Me emociono con la historia. Lo felicito. Le pido permiso para tomarle una foto como el creador que es de una obra pública. Acepta. Se levanta y posa orgulloso. “¿Cuál es su nombre?” Más orgulloso aún responde “José García”.
Hugo y yo nos emocionamos, y coincidimos que estos encuentros vagabundos son los que valen la pena. A veces pensamos que tirar a la basura algo define el fin de la vida sacra o útil de un objeto, y nunca imaginamos que existen ángeles rescatistas que pepenan y resucitan las cruces que algún día fueron o pudieron ser objetos devocionales. Para don José son objetos de devoción por eso los rescata de la basura y los regresa a su vida sacra al colocarlos en un tronco a manera de altar.
Hoy tocó rodar por Santa Margarita, un barrio duro que ha sido avecinado por los cotos más exclusivos de Zapopan. Lo que inicialmente fue un ejido, luego fue un fraccionamiento de las periferias y hoy tiende a ser un centro popular conectado con los nuevos polos de desarrollo residencial de la ciudad.
Santa Mago se le llama con cariño. Su principal avenida ya es un corredor comercial, pero ello no impide que se monte un tianguis de comida y chácharas usadas en las calles aledañas. Abundan puestos de tacos en cada esquina. Hay muchas carnicerías y es como un centro de compra al mayoreo de tripas, labios y buches para surtir menuderías y taquerías de cabeza. Algunos puestos son de inventiva culinaria como los dogos-pizzas con queso y peperoni. El olor a carne es fuerte. No me gusta, me revuelve el estomago.
Al lado está La Arboleda con una cancha de Basket al lado del muro de una escuela primaria. Llegué ahí porque a lo lejos ví un llamativo mural a la Morenita. Es la puerta a un andador que tuvo un extraordinario diseño con jardineras públicas, pero los vecinos quizá tuvieron miedo a lo vagos y decidieron enrejarlas y luego pues fue fácil invadirlas y bardearlas para usarlas como jardines privados de las casas del vecindario. No se ve que la autoridad municipal intervenga. La traza urbana del andador es ocupada por puestos callejeros de tacos y tortas ahogadas que montan un techo e invaden el paso con mesas y sillas. Al lado izquierdo hay varias pequeñas capillitas dedicadas a la virgen y a los santos como resguardo de los vecinos y junto a una banca veo una crucecita que nos recuerda que alguien murió ahí y que hay alguien que lo recitando y sigue poniéndole sus flores. Aquí el olor a mota es constante, de una banca a otra, de las banquetas a la calle. No tiene lapsos, es una horneada continua. Con este paisaje olfativo que se me mete por las fosas nasales hasta la sien, escucho a tres hombres conversar sobre el daño de las drogas. Uno le advierte a otro que se le va a apagar el cerebro. Que así funciona eso. Él le responde “mira tu creerás lo que tu crees y está bien, yo te respeto. Yo creo diferente a ti así que déjame en paz”.
Lo que más me llamó la atencion fue de regreso en la calle Laureles, hoy Juan Pablo II, descubrir un mural en la barda de un taller de laminado dedicado a Cristo. Hay dos representaciones: en la cruz desnudo y otra resucitado vestido de blanco que parece estar invitando con su mano a seguirlo. Paro la bici. Me acerco a tomar la foto y leo que alguien reescribió sobre el mural: “Viva Cristo Rey” . Pongo mas atención y sobre el trapo que le cubre su desnudez dice: “Este güey no merecía esto por esa bola de mugrosos de hoy en día”. No se si leerlo como explicación al mismo mural o a la violencia que se vive en la zona. Mejor sigo pedaleando sin parar.
Descubriendo a los descubridores de los ya descubiertos. La Guadalupe mexicana no podía faltar en el Viejo Mundo. Lo especial de este retablo, presente en Alcalá, España (donde está la primera universidad y la casa de Cervantes) en el templo de San Felipe Neri, es que presenta escenas de su aparición enmarcando el hecho milagroso de su aparición en la historia del descubrimiento de América y una escena de la conquista. Esto jamás lo he visto en México. Gracias Myrna por descubrírmelo.
12 de mayo. Esta nota va dedicada a José Carlos Aguiar, pues los pasos por Jordania nos conectaron con Adriano en la antigua Roma en Gerasa (Jerash) donde se edificó en la segunda mitad del siglo I otra de las grandes y bellísimas obras arquitectónicas del emperador Adriano (similar a los Jardines de Adriano en Tripoli). Él estuvo solamente un año, pero dejó un serie de templos a Zeus y Artemisa, paro también a Dionisio-Baco, las ninfas, y Venus. Le llaman la Pompeya de Oriente, incluye teatros, amplias plazas, dos calzadas baños y templos. Es una de las diez ciudades romanas más magníficas y sin duda la mejor conservada. Adriano promovió una visión holística donde el poder militar, la filosofía, el arte, la religión y la estética y los placeres se fundían en la arquitectura que era el estuche de la vida misma.
En sus calzadas aún quedan visibles las huellas de las llantas de las carrozas, pero sobre todo el entrecruce de las culturas de oriente y occidente.
13 de mayo. Hoy toca otra ruta donde historia, turismo y experiencia religiosa se entrecruzan: la Tierra Santa. Los pasajes bíblicos de Éxodo del pueblo judío conformaron nuestro imaginario, aunque eran tiempos remotos y lugares muy distantes, han sido paisajes que almacenamos mentalmente y que recreamos minuciosamente durante la navidad al montar en casa el nacimiento. En lo personal me encanta diseñar el nacimiento recreando el desierto con figuritas de camellos y beduinos tirados debajo de las palmeras, adornar otro paraje con zonas rocosas donde habitan los ermitaños y armar pequeños poblados con pastores con ovejas que recuerdan el paso de María y José a Belén.
Estar en Jordania es descubrir que los lugares bíblicos existieron: ahí está el mar muerto donde la esposa de Lot se convirtió en estatua de sal, el Mar Rojo donde se abrieron las aguas para que escapara el Pueblo de Dios, el Rio Jordán donde San Juan bautizó a Jesús y mirar que existen los manantiales donde brotó el agua de Moisés e incluso estar parados en el sitio exacto donde se señala que Yavé le enseñó la magnitud que abarcaría la tierra prometida.
Turistear por estos lugares brinda una sensación extraña de regreso a casa. A una casa lejana y simbólicamente próxima. Un lugar existente en nuestras creencias y a la vez inaccesible físicamente, pero siempre activo en nuestro imaginario judeocristiano. El desierto arábigo nos es tan ajeno como lo es la nieve del Merry Christmas para alguien tropical, y a la vez nos es tan familiar y tan vigente en nuestras artificiosas celebraciones.
Estuvimos en Monte Nebo, lugar bíblico que posteriormente fue templo bizantino y que recientemente Juan Pablo II adecuó como sitio de peregrinaje para el Jubileo 2000 y que es administrado por la orden de los franciscanos. Ahí hay quienes vienen a ver los antiguos pisos de mosaicos y quienes vienen a comprobar el pasaje bíblico del éxodo del pueblo de Israel o quienes lo hacen como vivencia de confirmación de fe.
En estos sitios los turistas nos fundimos con los peregrinos religiosos. Es la ruta de grupos cristianos, católicos y ortodoxos que no solo visitan para conocer Tierra Santa, sino que vienen a consagrarse, a sentirla, a bautizarse o a reforzar su fe. Los hay de distintas nacionalidades, razas y generaciones. Ayer me topé con una comitiva que custodiaba a un cardenal. Había además turistas islámicos. También vi un patriarca ortodoxo, pero el que más llamó mi atención fue un nutrido grupo de evangélicos africanos. Traían banderas que ondeaban como para despertar la fe de Jordania. Traían su Biblia en mano y al llegar al punto donde San Juan Pablo II colocó el símbolo de la serpiente y la cruz para recordar a Moisés una predicadora leía pasajes bíblicos y el resto pronunciaba a coro ¡Aleluya!
Cuenta Alí, el guía que nos acompaña (de origen uruguayo, pero de papá jordanio y de religión islámica), que a él lo han contratado de guía distintos peregrinos evangélicos. La mayoría son brasileños. El habla perfecto español y portugués. Los lleva a hacer la ruta de sitios sagrados del antiguo testamento y acostumbran hacer bautizos de inmersión en el Río Jordán. Reacciono y comento que son similares al presidente Jair Bolsonaro que se bautizó para ganar simpatías de evangélicos. Y me dice: sí todos ellos hablan de que apoyan a Bolsonaro.
En estos lugares se entrecruzan la historia con nuestros imaginarios, las conquistas de la fe cristiana en un país donde 96% de la población es islámica el turismo en esta zona es mayoritariamente cristiano. Para otros es una experiencia para iniciarse o reafirmar su fe. E incluso hay quienes lo tiñen con política.
14 de mayo. Petra es única e incomparable. Una ciudad sagrada que te deja sin palabras, y después de caminarla, treparla y bajarla, terminas sin aliento. Tumbas, templos, teatros y monasterios componen esta gran ciudad. Su belleza es tanta que es mejor clavarte en las texturas que en su historia, aunque de nuevo cada textura es una capa de memorias que quedaron marcadas en los monumentos erigidos en las rocas.
Hay obras funerarias de los navateos que le dieron origen. Hay templos y teatros de los romanos y de los cristianos bizantinos. Es un extenso lugar donde además se pusieron de acuerdo el viento, la arena, la lluvia y el sol (sí los cuatro elementos) para intervenir artísticamente las grandes obras de la humanidad, y logran desafiar a cualquier artista y arquitecto humano (comparado con Petra, Pollock era un amateur) sacándole colores a la piedra, abriendo grutas y ventanas, derritiendo los ángulos, curveando las líneas rectas de las fachadas y trazando cuevas con interiores pintados con los más intensos colores de la tierra.
Es una maravilla porque el hombre construyó sobre la gran obra natural, y de regreso la naturaleza no se quiso quedar atrás e intervino la obra humana y se asumió como la gran artista.
Mismos pasos, nuevos caminos fue el título de un libro que escribí con Cristina Gutiérrez Zúñiga sobre la transnacionalización de comunidades nueva era que inspiraron la recuperación de las culturas ancestrales mexicanas. En ese libro seguimos varias de sus rutas andadas. Ayer en El Cairo descubrí sus huellas en las pirámides de Giza.
Mientras el guía nos daba la explicación mencionó la extravagante idea de la presencia de extraterrestres que explicaba las similitudes entre las pirámides egipcias y mexicanas. Al ver que yo no le seguía la onda aclaró, bueno no está comprobado, pero hay quienes lo creen…
Después de una pequeña introducción histórica nos indicó:
Pueden subirse y tocar las piedras para cargarse de energía. Yo les tomo la foto en ese lugar.
Me llamó la atención que hablara de carga de energía, pues en todo el viaje no vi que alguien lo hiciera y le pregunté:
– ¿Viene gente a hacer rituales a las pirámides?
Sí, pero son rituales privados. Son muy costosos, alrededor de 3000 euros la renta por día. Hace unos días vino un grupo de México que hizo aquí un ritual y me contrataron de guía. Traían una especie de incienso que olía muy bien
– Sí, era copal. En una vasija ¿así? –señalé con la mano–
Sí eso. También traían una pluma.
– ¿Traían penachos? Perdón ¿plumas en la cabeza?
No solo un listón rojo amarrado en la frente. Vestían de blanco. Dijeron que vivían en algún lugar en la montaña. Eran como 16, la mayoría mujeres.
– ¿Eran rubios o morenos?
Morenos claros. Hicieron el tour al sur del Nilo. Rentaron un barco para ellos solos, un barco chico, privado, muy caro y yo los acompañé de guía. En cada templo hacían su ritual privado.
Las pirámides de Egipto no podían estar fuera del circuito de celebrantes paganos de la neomexicanidad, solo que estos pasos no son para todos, representan un lujo muy caro. No siempre las cargas de energías son gratis, ni accesibles. Con seguridad la energía solar de Giza es una de las más costosas. Pero además con su andar van dejando huellas en las modalidades del turismo.
El guía, un egiptólogo estudiado, ya incorporó en su oferta al turista la idea de cargar de energía. Al igual que el de ciertas producciones escenográficas para capturar la selfie más espectacular.
El turismo es una ritualidad posmoderna que transita y se entreteje con la experiencia mística, y con la producción visual de la identidad encapsulada en una fotografía épica, algo similar al cartucho de los antiguos faraones. Por lo pronto yo me siento super cargada de energía.
Fotos tacheras de taxis en sociedades islámicas. En el primer taxi en Jordania el Islam se hizo presente mediante la programación del rezo generando un ambiente sonoro sacro, en el segundo es en una van en Egipto en la que se llevaba el libro del Corán junto con una pirámide egipcia, y el tercero es de un carruaje donde había manos de Fátima y una santa amarrada en la parte de atrás, estos objetos se usan como talismanes. Son un regalo para el gran cronista tachero Alejandro Frigerio.