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Pasaba por ahí

Japón, 2024

28 de septiembre. Cumplí mi sueño de visitar Japón. Empezamos el viaje por el barrio de Asakusa. No me la acabo. Tiendas con todo para montar tu altar doméstico. Un antiguo barrio que atrae a cientos de japoneses a reconectar con la tradición. Entre restaurantes, tiendas y bares se mantiene Sensó Ji, el templo más antiguo de Tokio, escenario donde cientos de jóvenes posan para capturar una imagen de ellos mismos a la usanza de sus abuelas y abuelos ajuareados de kimonos.

Aún dentro de la vorágine moderna de la gran ciudad que es Tokio, los japoneses acuden atraídos por la Sárira, una reliquia budista, para honrar la imagen de Buda, a purificarse y de paso a saber su fortuna, a comprar y cargar talismanes de protección, a adquirir bendiciones y a ofrendar a antiguas deidades. Van algunas imágenes que nos hacen pensar en un japón pasado, aunque es muy vigente y principalmente en la cultura del selfie japones.


28 de septiembre. “¡Por aquí hay danzantes!” Señalé, a unos pocos pasos de salir de nuestro hotel rumbo al río. Diego me miró con una cara de incrédulo y me dijo “nooo Rana, ubicate estamos en Tokio”.

Como si fuera un perro sabueso seguí el sonido de los tambores y en un patio de escuela encontré a un grupo grande de vecinos, de todas edades, danzando. Fue como descubrir la esencia del barrio que no se destina al turismo, sino a celebrar su identidad y su memoria danzando con el cuerpo.

Los cuerpos formaban un gran circulo alrededor de un tambor que marcaba los pasos solemnes, graciosos y coordinados. Algunos vestían de Kimonos. Las mujeres más ancianas vestidas de color tinto transmitían la tradición a los más jóvenes. Las coreografías eran pausadas marcando elegantes movimientos de pies y manos.

Dice Diego que por haber danzado desarrollé unas antenas para detectar la presencia de danzantes aún en los lugares más insospechados. Yo digo que los tambores se conectan al latir de mi corazón. Fue una sorpresa hermosa que me conectó con los mismos pasos en nuevos y extravagantes caminos.


29 de septiembre. Este también es Tokio. Los rascacielos forman parte del paisaje contemporáneo. La torre de las comunicaciones se enciende y ofrece un espectáculo de luces de colores que se combinan con los hoy irradiantes puentes. Es un espectáculo que interactúa con la caminata por el río.

El río y los puentes son los testigos del tiempo y del cambio. Son los ejes físicos que sostienen la permanencia en el cambio. Nos permiten reconocer nuestro andar enlazando las contrastantes imágenes del pasado y lo actual.

Estos ejes se aprecian en el pergamino donde Hukasi, el famoso pintor del siglo XIX, plasmó la vida de la época Edo en sus crónicas gráficas sobre el costumbrismo local, con sus pagodas y barcas de pescadores; y que en la actualidad alberga al impresionante edificio de Philipe Stark que según me dicen representa a la espuma de la cerveza, aunque para mi, con mi mirada mexicana, es un homenaje al chile güero.

Algo insólito que descubrimos caminando: rodeado de la nueva zona residencial del puerto, entre nuevos rascacielos donde viven parejas exitosas de jóvenes, el atractivo para el domingo es armar reuniones rentando lotes de grill station con tienda incluida en donde grupos de jóvenes arman la fiesta al aire libre.


30 de septiembre. Tokio Runner. La ciudad hecha pantalla, y los chavos vestidos como animes, como salidos de las pantallas. Un lugar para ver y dejarse ver. Distopía total.


30 de septiembre. Uno de mis libros preferidos es Carne y piedra de Richard Sennett porque nos lleva a descubrir que las ciudades están echas a la imagen y semejanza de la concepción que una cultura tiene sobre el cuerpo. Atenas clásica producía energía calorífica desde el ágora hasta el gimasio; la París medieval se pensó desde la concepción de la epidemia y el contagio y la Londres moderna-industrial desde la percepción del sistema nervioso del cual se diseñó el sistema de transportes.

Siguiendo en esta misma línea argumentativa podemos inferir que una parte de Tokio es el homo-pantalla, los edificios pixeles, y los cuerpos salidos de ese universo de imágenes que encarnan el animé. En la foto en el café Starbucks, los parroquianos filman el cruce de las calles y en el exterior se proyectan los videos en tiempo real en el que eres parte de la corriente humana en Shubiya.


1 de octubre. Mientras reflexiono sobre el rol pedagógico cívico-sentimental que tienen los anime en Japón, me llega este meme sobre la toma de posesión de Claudia en México con estética nipona en mi Facebook… ¡Uy! Qué extraño sentimiento bisagra de estar aquí física y allá virtualmente, y de ser atravesada por el allá-acá que embona lo que veo en el metro con los paisajes estéticos digitales del meme.

Volviendo a mi bizarra colocación corporal aquí en Tokio, he visto que las caricaturitas son el soporte de las instrucciones normativas que moldean el comportamiento cotidiano de los habitantes de Tokio. ¿Tendrán que ver con las formas pautadas de comportarse reglamentariamente sin necesidad de policías? ¿Qué hace que todo esté limpio, que haya seguridad hasta para caminar en la noche? ¿Qué explica el que nadie se empuje en el metro ni en las horas pico?

Me impresiona ver la estandarización en las formas de vestir durante la jornada laboral donde todos, sin excepción, se dirigen a sus oficinas en trajes sastres que consisten en sacos y pantalones negros y camisas blancas.

Pero también es alucinante ver anuncios en los medios de transporte, en las calles, en los espectaculares, en las grandes pantallas y luego mirar a ras de suelo a chicos y chicas (mucho joven) vestidos como los monitos de Sailor Moon durante su tiempo de ocio. Siento que se me escapan muchos ensamblajes de estos múltiples universos de imágenes que salen de sus teléfonos celulares y animan cuerpos moldeados por las estéticas y emocionalidades animes. Pero presiento que ahí hay una clave para entender el disciplinar estético de los cuerpos-ciudad.


2 de octubre. En Japón se diferencian y a la vez conviven dos sistemas religiosos: el Budismo y el Sintoísmo.

El Sintoísmo embona con la caracterización hecha por Pablo Semán de la perspectiva mística esotérica para reconocer un sustrato transversal y universal mágico-milagrero que le imprime un sistema de representación animista-místico-esotérico a todas las religiones y que reconocemos coloquialmente como religiosidad popular.

En Japón el Sintoísmo tiene raíces muy antiguas que provienen de rituales paganos que reconocen la espiritualidad de los elementos de la naturaleza y de otros seres minerales, vegetales o animales que tienen poderes para proteger a los seres humanos. A ellos se les llama “kami” y se resguardan en santuarios a donde asisten los peregrinos para conocer su destino, acceder a sus bendiciones y protección.

En dichos santuarios hay distintos rituales ya estandarizados: conocer la fortuna a través de unos papelitos, pero si no es buena se puede amarrar a una tabla para evitarla. Encender incienso. Dejar exvotos solicitando felicidad, amor, trabajo, éxito y salud en pequeñas tablitas colgadas. En pago a los Kami también se les danza, cuida y ofrenda. Con ellos se establece una relación de intercambio de favores.

Pues bien, al lado del esplendoroso templo budista de Shiba, que es el principal de la rama de budismo Jodo-Shu, construido en 1393; se encuentra el templo Sojoji sintoista.

Estando ahí nos tocó presenciar la ceremonia de presentación de unos niños que iban atuendados de elegantes kimonos. Al final el monje les hizo entrega de unas tablas con sus nombres y unos papeles con su destino. La madre de los niños primero festejó la lectura de la primera carta, pero la de la niña no le gustó y se dirigió a amarrarla en la tabla que le permite deshacerse de los designios de la mala fortuna.

En ese lugar se ven estatuas de budas vestidas y con ofrendas. Se acostumbra bañarlas como acto purificatorio. Pero lo más fascinante fue encontrar miles de figuras de niños hechas en piedra y vestidas como bebés. Se les conoce como “los jizo” deidades guardianas de los niños, de los vivos, pero también de los difuntos. Es costumbre que las familias pidan su protección para los hijos o nietos, a cambio de vestirlos como bebés, con gorritos tejidos a mano, baberos y rehiletes de colores. Algunos visten de vaqueros, piratas o de minion. Otros hasta recibieron juguetitos de regalos. Fue como recorrer el limbo de niños convertidos en estatuas de piedra.


3 de octubre. Tengo sentimientos encontrados en mi llegada a Kioto. Llegamos de día a hospedarnos en un hotel dentro del barrio de Gion, que es el barrio antiguo donde se desarrolló la novela de Memorias de una Geisha. Es un lugar que se siente atrapado y cercenado por distintos intereses. Es el exiguo refugio del sistema tradicional japonés que se esfuerza por sobrevivir acechado por el turismo y la industria de la prostitución.

Las turistas se visten de geishas (se rentan los trajes para emularlas, posar y ser fotografiadas) y las pobres geishas -las de verdad que aún existen- salen temerosas a las calles, como si fueran venaditas huyendo de las cámaras de las excursiones turísticas que invaden su ya de por sí acotado lugar de existencia.

El turismo es el nuevo deporte cultural de cacería de los grupos tradicionales exotizados para ser trofeo de la cámara. Si bien la cámara puede tramposamente captar el mínimo ángulo del paisaje tradicional, es un lugar que ha sido devorado por la zona de puticlubs (como bien los nombran los cubanos) que interviene el sitio con la arquitectura más horrenda que uno sea capaz de imaginar.

Pero también es invadido por la turistificación de masas, haciendo de este hermoso paraje un lugar recreado para el misticismo al mejor estilo del foco tonal (donde se erigió el castillo del rayo violeta de Saint Germain en Poncitlán, Jalisco).

Entre la producción de “pueblo mágico” promovida por la Unesco para hacer de los pueblos museos abiertos, se ha desmagicalizado los lugares. El impacto comercial, con su lógica extractivista, logra hacer de la cultura un cascaron hueco y del lugar un descuidado set de película chafa que descuida la utilería, aunque de noche funciona bien como escenario de la foto. De noche todos los gatos son pardos, y hasta en las fotos salen bonitos.


6 de octubre. Los japoneses son extremadamente pulcros y ordenados. También son profundamente supersticiosos. ¿Son estas cualidades antagónicas o son complementarias? ¿Puede el sentido mágico cohabitar con la racionalidad del orden, tan necesaria en el sistema moderno capitalista?

Según mi amigo Aurelio Asiaín —poeta y profesor que ya vive en Japón desde hace veinte años— la superstición es un sistema que inculca el orden y la limpieza de los japoneses.

Durante una semana en Tokio y Kioto he visitado varios templos budistas (de muy distintas sectas) como santuarios sintoístas, a los cuales se accede por un “tori” (arco o portal) que separa el espacio sacro del profano. Al ingresar se deben descalzar y lavar las manos como acto de purificación.
En casi todos los sitios sagrados los visitantes realizan una serie de rituales relacionados con la lectura de la suerte, pero también está disponible el remedio para trampear el mal augurio amarrando el papelito a un cordel para así neutralizarlo.

A los Budas como a los Kami se les pide y se les agradece mediante ofrendas de incienso y flores. A algunos se les viste, baña y hasta se les regalan muñequitos. La ofrenda es un pago por el favor recibido, y saben que en caso de no cumplir puede haber consecuencias. Es común pedir favores exhibiendo las solicitudes en pequeñas tablillas de madera con formas que emulan la materialidad sagrada. Se pide por la salud, el amor; pero principalmente por el éxito. Al igual que en la devoción popular católica, se cree que a las piedras (que no a los santos) se les agrada con danzas, cantos y mantras. Son tratadas como materialidades sensibles; capaces de alegrarse o molestarse. Todo esto es muy parecido al trato que en México se les da a los santos, los niños jesuses y la Virgen.

Aurelio me platica que sus alumnos no se consideran religiosos; aunque confirman que sí realizan este tipo de prácticas rituales, pero las consideran mera tradición. Muchos incluso mantienen altares domésticos que consisten en santuarios miniaturizados para mantener culto a los ancestros.
Limpieza —purificación, suerte— destino parecieran ensamblarse en los actos rituales cotidianos.

Aquí algunas imágenes.


6 de octubre. Imágenes de Kioto que describen escenas de la ciudad y hermosos paisajes sin necesidad de recurrir a palabras.


7 de octubre. En Takamatsu está el más hermoso, extenso y antiguo jardín público. Data del siglo XVI y sigue aquí. En un terreno de 75 hectáreas se diseñaron lagos, cascadas y ríos. Y se construyeron puentes, salones de té, bancas y miradores desde donde poder admirar y sentirlo. Al recorrerlo se transmite el respeto por lo antiguo. ¿Se imaginan que en México se hubieran mantenido los exquisitos jardines del poeta Netzahualcóyotl? Algo que parece totalmente imposible, en Japón es realidad. Ni siquiera continúan los lugares donde de niños podíamos bañarnos en los ríos.

Caminarlo es increíble, porque van cambiando los paisajes. Puedo apreciar la belleza de cada árbol que ha sido cuidado y finamente recortado como si fuera un bonsái para mantener ramas caprichosamente bellas. Y no exagero, dicen que aquí se originó el arte bonsái. Puedo gozar los sonidos de los distintos animales que lo habitan. Hasta se sienten los cambios de temperatura en cada diferente paraje. De verdad que pude sentir la naturaleza, generando esa tan aclamada armonía zen.


10 de octubre. Desembarcar en Naoshima ofrece una experiencia estética de otro orden de las cosas. Tadao Ando, el más famoso de los arquitectos japoneses, transformó esta pequeñita isla en una gran instalación de arte contemporáneo. Naoshima es sede de hoteles, museos, instalaciones a cielo abierto e intervenciones de lugares tradicionales.

El arte contemporáneo convive y rescata lo tradicional y se funde con el paisaje. Puedes ver una enorme calabaza amarilla de Yayoi Kusama, la de los puntitos, en la orilla del mar, o un templo budista con escalones de cristal, un estanque de enorme canicas de acero conviviendo con antiguas estatuas de buda, o una casa de madera con intrépidas luces neón.

Tadao Ando lideró este alucinante proyecto en los años 80. Actualmente la isla es visitada por artistas y turistas de todo el mundo. Se trataba de lograr una transformación en la vocación del lugar que fue mina de sal, y luego fue reconvertida a company town de Mitsubishi y hoy es ya reconocida como la isla del arte.

La isla se recorre en bici, de preferencia con motorcito para las subidas. Hay tres museos maravillosos. El Ando, quien intervino el interior de una antigua casa de madera en un anguloso y bien iluminado edificio de concreto. El Beness, que ya tiene un premio en la bienal de Venecia, exhibe a quienes ganaron en 2016.

Me encantaron dos obras: una de banderas con surcos que fueron hechos por hormigas (textual). Los videos explican cómo las hormigas recolectaban granos y formaron los surcos. Otra es un mural denominado “Después de las matemáticas” que narra la historia que condujo al desastre en Tailandia. ¡Es genial!

Y el Chichu, un complejo bajo tierra que te deleita con la arquitectura de luz solar. Tiene una sala especial para gozar los jardines acuáticos de Monet pero sin gente y sin iluminación artificial. Es una delicia estar a solas con los cuadros de Monet. La experiencia de James Turrell de modificar la percepción de la profundidad del espacio alterando la iluminación y una especie de santuario al tiempo —no tiempo— de Walter de María. Hay que caminarla y gozarla también a cielo abierto e ir descubriendo las sorpresas que el arte deja en distintos parajes.


10 de octubre. Vine a Nara a ver los venaditos que andan por el parque y por los templos como perros por su casa. Y así fue, literal, están habituados a convivir y posar para las fotos a cambio de que les den galletas en la boca. Prefieren convivir con la multitud de turistas y de grupos escolares que permanecer en el bosque.

Los venados andan por doquier y no solo están presentes en el enorme parque sino que son parte de la ciudad antigua. Nara fue la antigua capital de Japón. Ahí se encuentra el Buda gigante, cuya presencia data del 700 DC, aunque sus templos han sufrido dos incendios causados por las guerras se mantiene la devoción y han sido reconstruidos.

Es impactante el Gran buda y los enormes custodios (los jueces del infierno, de uno de ellos contaban que a los niños mentirosos les arrancaban la lengua). Este santuario ha sido sede del encuentro de los monjes budistas de las distintas sectas budistas de Japón para unirse en oración por la paz del mundo.

No solo es visitada por turistas. Acuden miles de niños y jóvenes a aprender sobre el budismo Me encantó ver el lugar que ocupan los ancianos en la transmisión del saber, y el peso de las colosales estatuas para darle continuidad a las creencias de los ancestros a pesar de tanto desastre. El buda y las colosales columnas rojas de su templo siguen sosteniendo las esperanzas de muchos japoneses.


12 de octubre. Imágenes del santuario Tódaiji.

El gran Buda es la imagen más grande de Buda en el mundo (mide más de 15 metros y fue hecho en bronce). Su nombre es Rushana-butsu o Birushana-butsu y representa la iluminación universal.

Este templo es el mayor y principal santuario budista en Japón. Es algo así como el santuario guadalupano para los mexicanos. Se erigió para unificar la fe y consolidar el imperio y convertirse en su centro espiritual. Cuentan que trabajaron en él más de dos millones de obreros. Data del siglo VII cuando Nara quedó devastado tras una tremenda epidemia de viruela. Tanto el templo como la estatua de Buda han sufrido varias vicisitudes y para seguir de pie han tenido que ser restauradas y reconstruidas en distintos momentos. En Japón emergieron múltiples budismos, con ocho ramificaciones sincréticas con otras religiones orientales, a las cuales se les denominan sectas. Este santuario fue un lugar sagrado común de las diferentes sectas y aloja simposios y encuentros de oraciones ecuménicas por la paz y el bienestar.

En la actualidad el turismo se funde con las visitas devotas y con la enseñanza del budismo a los grupos escolares quienes coinciden en realizar una serie de rituales aunque con sentidos distintos. Para los habitantes de Nara los ciervos son considerados enviados de Dios por los antiguos sintoístas y por ello su presencia en el santuario es permitida y habitual. Los japoneses realizan su saludo reverencial a los venados. Los turistas buscan tocarlos, acariciarlos y tratarlos como mascotas y obvio fotografiarlos y para ello hay que darles unas galletas de arroz. Los venados agradecen con el mismo movimiento de cabeza que los japoneses. Hay un mimetismo empático entre siervos y japoneses.

Al llegar al templo los turistas, la mayoría alentados por un guía, realizan las acciones de los devotos para seguir el código de conducta del lugar: colocan incienso en un gran incensario, tiran monedas en la caja, compran tablitas para pedir por fortuna, amor y salud. Al final de su visita-recorrido compran recuerdos, aunque algunos tienen el sentido de materialidades sagradas como son los rosarios y amuletos, serán usados como recuerdito de viaje. Algunas acciones se convierten en “amenidades” turísticas como la de cruzar lo que para los sintoístas representaba el orificio de la nariz de Buda (un hueco inferior en una columna) que se cree que quien logre traspasarla obtendrá luminosidad en su próxima reencarnación. Para el turista es una prueba de acrobacia o una especie de reto divertido.

Los budistas realizan otras acciones rituales que no son compartidas por turistas: los niños hacen cola para tocar las campanas, y en la estatua de uno de los 15 discípulos de Buda buscan aliviar sus dolencias frotando las mismas partes en el cuerpo de la estatua. En pequeños altares se acostumbra cuidar, vestir, alimentar y dejar agua a las figuras de piedra a las que le reconocen propiedades sensibles y tratan como seres animados.


14 de octubre. No sabía cuándo ni dónde pero Guadalupe se manifestó en Japón en una sudadera con rostro de Santa Muerte. El joven que la traía puesta durante una ceremonia sagrada en la aldea de Shirakagua Go. Él no sabía nada de la figura, y le expliqué que es una figura sagrada en México como lo es Buda en Japón. La Guadalupe traspasa fronteras, cruza océanos y se mueve en nuevos registros como esta estética manga-punk. La sudadera decía: God Breath You.


14 de octubre. Shirakawa-Go es una pequeña aldea que se encuentra en la montaña, en una región conocida como los alpes japoneses. Montaña, bosque, ríos, cascadas conforman el espectacular paisaje donde se encuentra esta villa que anteriormente vivía de la producción de seda. Ahí vive el grupo étnico Yui, reconocido por la conservación de sus tradiciones y su preservación de la naturaleza. Sus casas son estilo Gysho: de madera, con techos de doble ala cubiertos de paja. Eso les permite soportar el peso de la nieve durante el invierno, pero cada año tiene que repararse y de ello se encarga la comunidad.

La villa y sus casas son muy llamativas por su autenticidad y atraen a turistas que les interesa ver cómo esta comunidad continúa viviendo como hace cientos de años sin que les afecte la modernización. Aunque ya tienen luz eléctrica y manejan automóviles las casas siguen siendo todas de madera, están al pie de la montaña, rodeadas de enormes pinos, y los arroyos con agua limpia y corriente son parte de sus patios.

Desde hace varios años esta aldea es visitada por cientos de turistas que buscan conocer “el verdadero y auténtico Japón”. Los locales desean preservar su cultura pero además de honrar a las deidades protectoras de la montaña y cultivar arroz, atienden tiendas de regalos, cafés y restaurantes con comida local auténtica que se ofrece a los visitantes.

En un restaurante comimos unos udones con hierbas y hongos del bosque realmente exquisita y muy distinto a lo que habíamos comido en el viaje. Además tuvimos la suerte de llegar justo el día en que se celebra el festival Doboroku que consiste en una plegaria a los guardianes y deidades del bosque por la abundancia, previo al cambio de estación, pues inicia el cambio de follaje de los árboles.

Fue algo increíble por su colorido y porque no está hecho para el turismo, sino para cumplir con su tradición y con sus dioses guardianes del bosque. En el festival participa toda la comunidad: las autoridades, los representantes cívicos, los sacerdotes y maestros, y muchos jóvenes y las niñas y los niños que conforman ordenadas y ensayadas coreografías. Todos visten trajes tradicionales y realizan una procesión por todo el pueblo llevando ofrendas a los templos y capillas de la localidad. En el recorrido hay danzas, toques de tambor y lo más vistoso, las batallas con el dragón.

La procesión visita distintas partes de la villa dejando ofrendas de comida y bebida en los altares. Al final se ofrece sake lechoso (no refinado) que es compartido por la comunidad. Detecté muchas analogías con las festividades tradicionales en México: por ejemplo la danza del dragón me hizo pensar en los tigres de Guerrero y de Puebla, los demonios en el personaje de los morenos y negros en la Romería a la virgen de Zapopan, la ofrenda de comida y alcohol ocurre igual en distintas comunidades indígenas.

Les comparto algunas imágenes de este ritual valorado porque mantiene su antigüedad y permite que se preserve una cultura milenaria vinculada con el ciclo agrícola del entorno natural.


16 de octubre. De regreso a Tokio. Día en Ginza, el sector moderno y chic, donde se concentran los rascacielos. Desde un complejo Rioppongi Hills formado de edificios futuristas subimos a la cafetería del Mori Museum en el piso 53 que nos brindó una magnífica panorámica nocturna de la ciudad. Y así, tomando cerveza, pudimos sentir a la gran Tokio bajo nuestros pies. 

En el mismo lugar, visitamos al museo de arte contemporáneo que abrió la exposición de la retrospectiva de Louise Bourgeois, una artista que vivió todo el siglo XX (murió a los 98 años) y que se convirtió en un ícono del arte feminista. Se le reconoce por sus enormes arañas metálicas (una estuvo hace algunos años en Guadalajara) con las que representaba una idea contraria al romanticismo de la maternidad. Sus arañas simbolizan a su madre. 

La exposición lleva por nombre una de sus obras más emblemáticas por su contenido: “Yo sí estuve en el infierno y regresé, y te puedo decir que fue maravilloso”. El infierno se encarna en cada pieza donde se representa el dolor de ser abandonada por su madre, la ira en su relación con su padre mujeriego y el encuentro con el arte como acto simbólico restaurador de su yo y sus relaciones parentales a través del bordado, el tejido y la escultura.

La retrospectiva sitúa al espectador en un largo proceso de terapia psicoanalítica que acompaña e incluso impulsa el proceso creativo-destructivo de la artista. Aunque en momentos me pareció muy azotada, me gustó mucho la escultura “La histeria”, representada por un hombre sin cabeza que se contorsiona. Con esta potente y hermosa pieza ella desplaza la histeria del cuerpo femenino (como la naturalizó la medicina del siglo XIX) al cuerpo del hombre. Una desmitologización escultural. La sala donde se colocó proyecta el cuerpo en un impactante ventanal por donde se asoma la ciudad y le imprime otras posibilidades de lectura del acto icónico que creo Louise jamás imaginó.

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