La Guadalupe no podía faltar ni siquiera en un pueblo tan remoto y pequeño como Fridburg, que representa un bastión del catolicismo dentro de la Suiza protestantizada e iconoclasta. La encontré en una capilla en un pequeño templo en San Julián que está justo en la Universidad.
Su retrato fue traído desde el Santuario del Tepeyac. Imaginemos la dificultad para transportarla con todo y su pesado marco de metal. Instalada en un muro con una improvisada mesa vestida se constituyó una capilla.
Su presencia inspira devociones que se agradecen en un cuaderno donde personas de distintos países y en distintos idiomas han escrito sus mensajes de agradecimiento y fe. Yo también lo hice porque me emociona su compañía.
Además, a diferencia de otras imágenes ahí presentes, como la de Santa Rita, Guadalupe siempre tiene un altar “muy practicado” con veladoras encendidas y varias macetas de orquídeas bien cuidadas.
Esta escena no tendría nada de particular en México donde se le reconoce como madre, ni en Estados Unidos donde los inmigrantes la colocaron en los templos para mexicanizar el catolicismo, pero verla en Suiza da cuenta de su extraordinaria capacidad de viajar, de traspasar distancias y sobre todo de atraer devotos sin importar etnicidades.