Hoy desayuné con Hugo José Suarez y charlamos y nos pusimos al día en nuestras vidas covidianas y hablamos de nuestros proyectos actuales.
Entre muchas confidencias, le conté del trabajo que estoy haciendo sobre la agencia de los objetos que presiden los altares domésticos y de cómo es un reto porque cada uno me lleva a explorar lógicas donde operan fuerzas sobrenaturales que yo desconocía. Él me indicó que justo en frente, en un pequeño jardín público en Coyoacán en la calle Pino, hay un montaje que pareciera altar. Lo singular es que no hay imagen central de la Virgen o de algún santo. Hugo opina que en la zona abundan capillas a la Virgen y que este le parece raro.
Antes de despedirnos nos dirigimos al altar. Es un montaje en un tronco de un árbol viejo con distintas cruces. Se ve cuidado con un arco de hojas verdes (como el que se acostumbra en altares de muertos en la Huasteca) y una veladora al frente.
Hugo y yo jugamos a especular para descifrar su origen. Entre nuestras explicaciones es que posiblemente ahí murió alguien, aunque no hay nombre, foto, ni fecha que indique el deceso. Nos llama la atención ver más cruces, todas diferentes. Imaginamos que los vecinos las han ido colocando, pero ignoramos su historia.
El altar a las cruces luce cuidado con esmero por alguien. Queremos imaginarnos a unas vecinas, aunque sabemos que es una zona residencial. Todavía comentamos el hecho de que nadie lo altere o robe las cruces, ni siquiera que tomen un cenicero de mármol.
A un lado, sobre la acera se encuentran unos barrenderos pepenando la basura. Decido preguntarle si sabe algo sobre el origen de las cruces. Sin dudar me responde que todo comenzó con la cruz de madera que era de un difunto, y yo pregunto “¿y las demás cruces?” y él contesta “yo las fui poniendo. Todo lo que está ahí lo saqué de la basura. Son cruces que la gente tira y yo las rescato y las coloco para que tengan un lugar. En mi casa tengo otras diez que he encontrado”.
Me emociono con la historia. Lo felicito. Le pido permiso para tomarle una foto como el creador que es de una obra pública. Acepta. Se levanta y posa orgulloso. “¿Cuál es su nombre?” Más orgulloso aún responde “José García”.
Hugo y yo nos emocionamos, y coincidimos que estos encuentros vagabundos son los que valen la pena. A veces pensamos que tirar a la basura algo define el fin de la vida sacra o útil de un objeto, y nunca imaginamos que existen ángeles rescatistas que pepenan y resucitan las cruces que algún día fueron o pudieron ser objetos devocionales. Para don José son objetos de devoción por eso los rescata de la basura y los regresa a su vida sacra al colocarlos en un tronco a manera de altar.